En finés, «koulu» significa escuela. Me di cuenta de ello cuando vi el cartel con el nombre del centro que hemos visitado hoy: Kaakurin Koulu (Kaakurin School, decíamos nosotros). Un centro situado a 15 kilómetros de la ciudad, junto a un bosque precioso y rodeado de nieve. Es un centro de enseñanzas básicas (desde los seis hasta los dieciséis años). Los pequeños, en la planta baja; los mayores (como los nuestros de secundaria y bachillerato) en la parte superior. Pero todos en un edificio luminoso y amplio, con entreplantas acristaladas y unas vistas preciosas.
Supongo que eso fue lo que me impresionó nada más llegar. El entorno y las instalaciones. Pero apenas transcurrida la primera hora de mi job shadowing de hoy, lo que me empezó a sorprender de veras fue el clima que existe en el espacio escolar: sin timbres, con los alumnos moviéndose por los pasillos con absoluta libertad, sin profesores de guardia (tampoco en el recinto exterior) que les dijesen a los alumnos «Aquí no puedes estar», «Aquí no se puede comer», «¡No gritéis!»… ¿Por qué iban a hacer eso? ¡No era necesario! Todos los niños, los pequeños y los mayores, sabían perfectamente dónde tenían que estar en cada momento, y cómo debían comportarse en cada espacio. Su libertad era producto, o correspondencia, de una responsabilidad en sus hábitos que, sin duda, aprenden desde la etapa de kindergarten. Y que tiene que ver también con ese respeto al entorno escolar que caracteriza la cultura finlandesa. Era casi como si estuviesen en su casa. Ni un papel en el suelo, ni una pintada en las paredes, ni un grito o exclamación fuera de lugar. ¡No necesitan profesores de guardia! Entonces pensé eso, que los jóvenes alumnos se sentían como en su casa, y cuidaban el entorno escolar como su hogar.
No, no quiero caer en comparaciones que a nosotros nos hagan de menos, ni a nadie. Todos los sistemas tienen sus virtudes y sus defectos. Pero sí tengo claro que un espacio en el que todos, alumnos y profesores, puedan sentirse cómodos y conscientes del lugar que ocupan en él, un espacio donde las normas están ya interiorizadas como algo imprescindible para sentirse cómodos, ese es el espacio que garantiza la convivencia y, por tanto, el más halagüeño para desarrollar la tarea magnífica de enseñar y aprender.