Jobshadowing en Roma. Día dos

El Liceo Mamiani guarda todo el encanto de un edifico antiguo, en muchos aspectos me trae recuerdos del Instituto Columela de Cádiz, en el que estudié durante el Pleistoceno. Al igual que el Mamiani, mi antiguo instituto conserva una espléndida biblioteca y una increible colección de instrumental científico del siglo XIX.

Las deficiencias de un instituto (o un Liceo) de estas características por lo general son siempre de carácter estructural o de equipamiento (bueno, también sucede en los modernos, así que mejor dejarlo). En el Mamiani muchas aulas adolecen de falta de pizarra digital, por lo que es bastante ormal llevar a cabo un intenso peregrinaje por el edificio en busca de una ula con proyector que no esté siendo usado. No es extraño, por tanto, acabar dando clase en el aula magna.

El respeto del alumnado por sus profesores va más lejos del que estamos acostumbrados a ver en el Lara (que no es poco, ciertamente). Los chicos se mantienen en silencio practicamente durante toda la clase, eso hace que la hora que dura la misma sea mucho más productiva. No faltan, no obstante, las preguntas de los alumnos, y de un gran nivel, por cierto. Los grupos, por otra parte, no exceden de los 20 o 22 alumnos, situación esta que contribuye a crear un buen ambiente en la clase.

Prudenzi es un profeosr muy calmado, trnasmite un gran dominio de sus asignaturas (Filosofía e Historia, aquí la Geografía forma parte de otro negociado). Los alumnos intervienen con fracuencia sin que por ello se pieda el hilo de la lección, ya que el resto no molesta hablando en voz alta o haciendo ruidos. Esto no quiere decir que la clase esté muerta, que los alumnos sean muebles, nada más alejado de la realidad. Pongamos las cosas claras, el alumnado sabe para qué está allí y no pierde el tiempo en tonterías.

Nadie pone objeciones a entregar su teléfono al comienzo de las clases, de hecho son los alumnos los encargados de recogerlos.

Como puede apreciarse en las dos fotos que anteceden a estas líneas, ni el peso de los libros ni el estado del mobiliario o de la clase son óbices para que los alumnos desarrollen todas sus capacidades, no quiero decir que sea bueno que los pupitres estén en mal estado, o que no haya suficientes pizarras digitales, no, no se trata de eso. Se trata de no excusar el bajo rendimiento por las deficiencias «mobiliarias».

En fin, este post se está alargando en exceso y no quiero entrar en las profundidades (abisales) del debate sobre la educación en España; dejémoslo para otro siglo. Sí quiero despedirme, en cambio, con un par de fotos sobre un mensaje que adorna una pared del Mamiani y que, aunque antiguo (mucho, de hecho, la escribió Horacio), nos recuerda la importancia de la educación.

Seguiremos informando

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